Los restos de Santa Mama Antula, pionera de los derechos humanos y declarada por el Papa Francisco como la primera santa argentina, se conservan en un sitio especial en el corazón de Buenos Aires: monumental basílica neoclásica Nuestra Señora de La Piedad, en Bartolomé Mitre 1523.
“En este lugar decidió ser sepultada la mujer pionera en defender derechos humanos de los desposeídos”, relató Cintia Suárez, coautora de su biografía junto con la italiana Nunzia Locatelli. “Tuvo una vida de compromiso con los excluidos, que eran los indios, esclavos, mulatos y campesinos”, explicó.
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En una de las naves laterales está el mausoleo. Una estatua la representa vestida con una capa jesuítica, una cruz al hombro y un libro de oraciones en la mano. “Ella se compromete con personas que eran consideradas cosas en la época de la colonia. Vivió entre 1730 y 1799”, cuenta Suárez en el interior del templo, en el barrio de San Nicolás.
“En su testamento está escrito, y se conserva original, que ella quiere ser enterrada en el campo santo de la piedad. Después, cuando se hace la basílica actual, cuenta la historia que no encontraban el lugar de sus restos porque ella pidió que fuera un entierro sencillo, de pobre”, contó el párroco de esa iglesia, Raúl Laurencena.
Sin embargo, “las hermanas le pusieron un ornamento sobre los restos, para reconocerla, y rescatar sus restos”.
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Los restos recibieron “un entierro sencillo, de pobre” en 1799 y ahora descansan en un altar dentro de la Basílica, donde “cada vez más gente empezó a venir a verla”, dijo el párroco, que afirma que “ha crecido la afluencia al mausoleo en estos momentos tan difíciles”. “La gente reza por pan, trabajo, y paz. Piden por nuestra patria que tanto lo necesita”, precisa.
Un altar con la figura de Mama Antula se erige en el lado derecho de la basílica -que cuenta con registros parroquiales desde 1769- junto a una puerta con cinco vitrales colocados por sus descendientes, que representan el legado de la beata.
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“Arriba de todo está el primer milagro que se aprobó. En el segundo, está ella con la cruz y el libro de ejercicios espirituales. Luego, lo que ella logró con estos ejercicios espirituales de que las señoras vinieran a cocinar y servir a los esclavos”, explicó Laurencena a Télam. “Después, la imagen recogiendo oraciones para los ejercicios espirituales, y finalmente la imagen de San Cayetano, que fue ella quien trajo su devoción”, añadió.
En octubre de 2014 la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner, declaró a la tumba de Mama Antula como Sepulcro Histórico Nacional.
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Más de 4.000 km a pie
Mama Antula era una laica vinculada desde adolescente con los jesuitas, la orden de la Compañía de Jesús de la cual surgió el Papa Francisco.
“Después de andar a pie más de 4.000 km con sus ejercicios espirituales por provincias del norte, había llegado a Buenos Aires descalza, destrozadas sus sandalias y con la capa, que le había regalado un jesuita, casi rota, llevando una cruz de madera”, detalla Suárez.
La tradición oral y escrita coincide en que la confundieron “con una bruja o una loca”, según la historiadora. “Unos jóvenes le arrojaron piedras y, en su desesperación, se refugió aquí, en una pequeña capilla”, relata. La basílica fue construida un siglo después.
La historiadora dice que cada día se volvió más popular e influyente: “Logra que en su casa de ejercicios convivan en armonía las clases. Era impensado que la esposa del virrey, por ejemplo, le sirviera la comida a la esclava”.
La casa que fundó todavía se conserva en el barrio de Constitución, cerca de una estación ferroviaria.
Ni monja ni esposa
Se llamaba María Antonia de Paz y Figueroa. Nació en el seno de una familia adinerada en la Villa Silípica, a 40 km de Santiago del Estero, capital de la provincia homónima (noroeste), también natal de Suárez. Antula significa Antonia en quechua, lengua de los pobladores del norte argentino.
¿En qué se manifestaron su rebeldía e influencia? Suárez cuenta que “a los 15 años, edad en la que las mujeres ingresaban a un convento como monjas o se casaban, decide una tercera opción: ser una laica consagrada”.
Mama Antula abandona la casa paterna. “Se siente atraída por el mundo intelectual y los avances que habían traído los jesuitas de Europa. Se hace cargo de niñas huérfanas”, añade. En 1767 la monarquía y el papado expulsan y prohíben a los jesuitas. “Ella observa un vacío espiritual y social en los indios integrados en las misiones jesuíticas. Se sintieron desahuciados. Se conmueve”, sostiene.
“Vuelve a abrir la casa de ejercicios espirituales y recorre provincias. Sabía que era una actividad arriesgada”, agrega.
En Buenos Aires se hace respetar frente al obispo y al virrey, quien al principio se niega a recibirla. Un día el obispo le otorga el permiso para abrir la casa espiritual y ella le contesta, desafiante: “Lo voy a pensar”.
Por entonces, ningún sacerdote se ordenaba sin su complacencia. “Tenía mucho coraje y era rebelde en el buen sentido. La llamaban la mujer fuerte. Usó su astucia femenina en un contexto de prohibición”, destaca.
Los dos milagros peritados por el Vaticano fueron curaciones inexplicables. Por su intercesión, “se recuperó en 1905 la religiosa Vanina Rosa, desahuciada por una infección generalizada”, explica Suárez.
“En 2017 nos enteramos del caso de Claudio Perusini, un argentino que se recupera de un ACV. Los médicos decían que ya nada se podía hacer”, relata. Suárez se documentó con más de 300 cartas manuscritas halladas en el Archivo de Estado de Roma.
ds