La internación de una estrella de la liga de fútbol inglesa (de quien no trascendió el nombre) por su adicción al “gas de la risa” (“hippy crack”), hizo público un tema que hasta hace unos días era tabú: el auge de la droga óxido nitroso que se volvió altamente adictiva entre los jóvenes de 16 y 34 años en casi toda Europa.
El mayor problema al que se enfrenta la sociedad, es que el óxido nitroso es un compuesto legal y económico. Sin embargo, en los últimos meses, la Administración para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA) la recategorizó como una droga de clase 3 por su peligrosidad, si entendemos por Clase 1 a la heroína, LSD y éxtasis, y Clase 2 a la cocaína, metadona y fentanilo.
Descubrimiento. La aparición del óxido nitroso se registró en el año 1798 por el bioquímico inglés Humphry Davy quien experimentó que sus efectos hilarantes y analgésicos inducían a la risa, con efectos sedantes y analgésicos, en un principio ideales para los pacientes odontológicos. Se presenta en formato líquido o como gas comprimido y al ser de rápida absorción, el gas se disemina inmediatamente por el sistema nervioso central, generando en el consumidor una inmediata sensación de euforia, bienestar y risa.
Pero como toda droga de apariencia inofensiva, su contraindicación es inmediata, silenciosa y mortal. Su uso indebido y continuado produce problemas neurológicos y cognitivos, además de una deficiencia de la vitamina B12, la cual es esencial para mantener la salud de las neuronas y la sangre, y la formación del ADN del individuo. Su uso cotidiano y prolongado en el momento puede causar asfixia, alucinaciones, alteración de la percepción y hasta paros respiratorios.
Lejos de ser esa herramienta delictiva que utilizaba el Guasón para cometer sus robos ante la atónica mirada de Batman, el gas de la risa pone en jaque a la juventud europea y mundial. Un ítem más que suma el ser humano en su inentendible camino a la extinción.
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