Pocas criaturas tienen tan mala prensa como las ratas. Tal vez sólo los murciélagos puedan disputarles el primer puesto en el podio de la repugnancia y el terror irracional que su sola presencia desata. Flaco favor le hacen, es cierto, su aspecto hirsuto y amenazante, y su capacidad para propagar calamidades. Cierto animalismo de paladar negro se ha dado en los últimos años a la quijotada de reivindicarlas, pero erradicar la peste del vilipendio les está resultando difícil.
Mientras tanto, los pobres bichos siguen fungiendo como símbolo nefasto en cuanta alegoría sobre lo peor de la condición humana se quiera lanzar. Especialmente en el alucinante mundo paralelo de la política vernácula. Así, el presidente puro apostrofó al voluble congreso: “nido de ratas”. Los aludidos reaccionaron con justa indignación, y poco después, tal vez para atemperar el trago amargo, decidieron engordarse las dietas. Tronó el escarmiento y el presidente puro los conminó a que recularan ipso facto. Pero, ay, ¿sin saber? que él mismo se había habilitado un sabroso aumento. Venganza del Ratón Pérez, seguro, que habrá deslizado subrepticiamente el decreto del maldito salariazo, habituado como está a obrar en las sombras para sorprendernos a la luz del día con la grata novedad de una moneda extra debajo de la almohada.
Pero no solo la zoología presta elementos a la retórica del poder. Hace algunos días, un patagónico rebelde entre los gobernadores denunció que desde la Casa Rosada lo habían amenazado con “sacar los tanques” a las “redes” si no se cuadraba. Por fortuna aquí habitamos el imperio digital. Lo que literalmente es un rotundo artefacto bélico, se reduce entonces a un conjunto de deslenguados entregados al insulto.
Pero como las palabras nunca son inocentes (salvo para quienes todo lo ignoran, empezando por el sentido de lo que dicen), que en democracia se hable de “sacar tanques” no para pelear guerras sino para planchar discrepancias, es, cuanto menos, inquietante. Se “sacaban los tanques a la calle” para dar golpes de Estado; se “sacaron los tanques” soviéticos para aplastar la Primavera de Praga; se “sacaron los tanques” del comunismo en Tiananmén para masacrar a quienes manifestaban contra un Estado opresivo. Curiosa figura en el discurso de un partido que se la pasa vociferando vivas a la libertad.
Dicho esto, no habría que desesperar. Al fin y al cabo, nos recomiendan, los exabruptos hay que tomarlos como lo que –aparentemente– solo son: frases “metabólicas”, para decirlo con un reputado sindicalista (cuando propuso tirar al Riachuelo a un ministro de economía), que logró condensar en un solo vocablo toda la potencia de lo metafórico y lo simbólico. Brillante. Acaso Vallejo no habría desdeñado el neologismo.
Otras veces, sin embargo, la metáfora perfora la realidad. Ocurrió recientemente, cuando el jefe del gobierno porteño anunciaba circunspecto el desmantelamiento de un tinglado que cobijaba todo tipo de irregularidades –incluido el comercio de drogas– en las inmediaciones de la estación terminal de Retiro. De pronto un revuelo, un conato de pánico despuntó ante la inopinada presencia de una rata de carne y hueso que, aturdida por el protagonismo, se movía errática aterrando a cronistas y desestabilizando cámaras de tv.
Hay que decir que el funcionario hizo un papel decoroso. Era una de esas situaciones imprevistas en las que un acto reflejo puede desgraciar al más pintado, inmortalizado en una agachada cobarde o un ademán ridículo. Pero el hombre –Anatomía de un instante pobretona y argenta- no se arredró y hasta amagó con hacerle frente a la alimaña, que se eyectó del alboroto a toda velocidad aunque no llegó lejos: en segundos fue interceptada no por uno sino por dos perros famélicos que se la disputaron a dentellada limpia. Postal auténticamente “metabólica” de una Argentina devastada.
No conformes con sembrar en la conversación pública la cizaña de “ratas” y “tanques” hemos exhumado en las últimas semanas otro vocablo desdichado, que felizmente había caído en desuso: “degenerado”, esta vez atribuido a la conducta fiscal de algunos administradores de la cosa pública. A las reminiscencias dictatoriales, entonces, agregamos resonancias nazis.
Toda esta fraseología penosa y violenta expresa, más que cualquier otra cosa, el desastre en el que nos hemos hundido. Afuera de la burbuja semántica se acumulan hasta la asfixia los graves problemas que urge solucionar: indigencia, delito, escalada sin precedentes del narco, inflación, desempleo, sistemas educativo y sanitario al borde del colapso. No parece que vayamos a resolverlos a punta de bravata.