Sunday, 29 December, 2024
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Los 800 años de Francisco, el santo de Asís que renunció a la riqueza y buscó “una iglesia pobre para los pobres”

A principios del siglo XIII, los habitantes del pueblo italiano de Asís solían contemplar con amargura a un numeroso grupo de jóvenes adinerados que causaban estragos en las calles. 

Los jóvenes salían a divertirse en veladas que se extendían hasta el amanecer e incluían mucho alcohol, bajo cuya influencia protagonizaban peleas y otros incidentes. 

Uno de los vecinos dijo una vez que aquellos jóvenes “se habían llenado el estómago hasta reventar y ahora están saqueando las plazas de la ciudad con sus canciones de borrachos”.

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El alegre grupo de jóvenes estaba liderado por Giovanni di Pietro di Bernardone, quien más tarde sería conocido como “Francesco” o San Francisco de Asís

Nacido en 1181-1182 y criado en la montañosa región central de Umbría, Francisco creció en una época de riqueza -gracias a su rico padre Pietro di Bernardone- y permisividad.

Su adinerada familia de comerciantes de telas y tejidos, que gozaba de prestigio entre la alta sociedad de Asís, le permitió disfrutar de la buena vida. 

Como adulto joven Francisco era popular y carismático, despreocupado y un líder nato de su grupo de amigos que disfrutaba de todos los placeres que le ofrecía el dinero. 

Los biógrafos de Francisco dicen que recibió una educación de calidad, que vestía con las mejores ropas y llevaba elegantemente un bastón en su mano, y que además solía pagar la cuenta de su grupo de amigos después de una noche de juerga.

Su biógrafo, Tomás de Celano, lo conocía bien y escribió: “En otros aspectos un joven exquisito, atrajo a todo un séquito de jóvenes adictos al mal y acostumbrados al vicio”.

Francisco admitiría más tarde que, durante ese tiempo, había “vivido en pecado”.

Un despertar espiritual le hizo creer a Francisco de Asís en la pureza de una vida de pobreza

San Francisco de Asís
San Francisco de Asís, nacido en una rica familia de comerciantes italianos en 1181, sigue siendo un símbolo poderoso para los católicos después de rechazar las riquezas de una educación cómoda y dedicarse a Dios y a los pobres. En la imagen: San Francisco de Asís recibiendo los estigmas (Mariano Salvador Maella, 1787 – Los Angeles Museum of Arts – EEUU)

Después de pasar lo que el Papa Benedicto XVI definió como “una juventud despreocupada”, Francisco se alistó en el ejército cuando su ciudad, Asís, declaró la guerra a Perugia. 

Cuando la mayoría de las tropas de Asís fueron asesinadas, el joven fue tomado como prisionero durante un año hasta que, estando enfermo, fue liberado gracias al dinero de su padre.

Francisco respondió después al llamado de caballeros para la Cuarta Cruzada, lo que cambiaría su vida para siempre. Poco después de partir con una exquisita armadura y una capa bordada, tuvo un sueño en el que Dios le dijo que su llamado estaba en otra parte.

El despertar espiritual llegó en 1206, cuando Francisco “de repente, fue visitado por el Espíritu del Señor y su corazón se llenó de tal alegría que no podía hablar ni moverse“, escribió más tarde un cronista. 

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Humillado, ridiculizado y burlado por su familia, que lo llamaba “Il Poverello” (el pobrecito), el joven renunció gradualmente a todas las riquezas terrenales, rompió con sus amigos y peregrinó como predicador con un sencillo vestido, tal como lo había hecho Jesús.

Ese sería el comienzo de su lenta conversión.

Según los testimonios de su época, Francisco consiguió lo necesario para sobrevivir mendigando y lo que le sobraba lo repartía entre pobres y enfermos. Comenzó a dedicarse a la oración y se dice que pasó la primera prueba de Dios cuando besó la mano de un leproso.

Cosechó rápidamente un nutrido grupo de seguidores. Francisco veía a todos como hermanos y hermanas, iguales, y creía que nadie debía ser enaltecido por encima de los demás. Predicó la paz y la humanidad, e incluso los animales escucharon sus palabras.

La filosofía de Francisco de Asís cuestionó a una Iglesia católica “en ruinas”

San Francisco de Asís
En 1206, Giovanni di Pietro di Bernardone, hijo de un comerciante local y caballero fracasado, escuchó una llamada de Dios. Renunció a la riqueza de su familia y emprendió una vida de pobreza, oración y servicio. En la imagen: San Francisco en el fresco de la Virgen en el trono con el Niño, San Francisco y cuatro ángeles en la Basílica de Asís (1280)

Con el paso de los años, el joven alcanzaría la fama mundial como San Francisco de Asís y se convertiría, en palabras del reconocido historiador Helmut Feld, en “seguramente la figura más importante en la historia del cristianismo desde el propio Jesús”. 

La vida y las enseñanzas de Francisco contenían un “elemento verdaderamente subversivo y revolucionario”, agrega Feld. “Al esperar la mayor humildad posible de sí mismo, de los líderes de la orden y de los funcionarios de la Iglesia, Francisco estaba en cierto sentido desmantelando las estructuras jerárquicas de las órdenes religiosas y de la Iglesia en su conjunto”.

Ocho siglos después, los cristianos de todas las denominaciones siguen fascinados por las ideas e ideales que Francisco de Asís predicó a principios del siglo XIII, mientras buscaba enseñar a través del ejemplo de una vida vivida en un abandono casi total de sí mismo. 

Sus enseñanzas incluían críticas dirigidas a la forma de vida excesiva y poco piadosa de las clases dominantes y su joven orden franciscana -la Orden de Hermanos Menores- acumuló un gran número de seguidores en muy poco tiempo. 

Según el primer biógrafo de Francisco, Tomás de Celano, Francisco era un “hombre elocuentísimo, de aspecto jovial y rostro benigno, no dado a la flojedad e incapaz de ostentación”.

Y continuaba describiendo al santo: “Su lengua era dulce, ardorosa y aguda; su voz, vehemente, suave clara y timbrada; la barba, negra y rala (…) era enjuto de carnes; vestía un hábito burdo, dormía muy poco y era sumamente generoso“.

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Surgió en torno a Francisco un poderoso movimiento reformista, formado por frailes mendigos cuya existencia sencilla y pacífica cuestionaba los poderes dominantes tanto del Estado como de la misma Iglesia de Roma. 

A través de su ejemplo y su prédica, el fraile “buscó una reforma y una reconstrucción de la Iglesia, tratando de actuar en el mundo en lugar de retirarse de él”, analizó Jonathan Seitz, profesor de historia y política en la Universidad Drexel de Filadelfia.

En uno de los episodios más reconocidos de su vida, Cristo le habló a través de un crucifijo en la pequeña iglesia de San Damián y le dijo: “Ve, Francisco, y repara mi Iglesia en ruinas”. 

Francisco tomó las instrucciones al pie de la letra y regresó a casa de su padre, tomó telas de la tienda de su padre y las vendió para recaudar fondos. El padre de Francisco, al ver el acto como un robo, lo golpeó furiosamente y lo llevo a juicio ante el obispo de Asís, quien le ordenó que devolviera el dinero.

Según el relato de Bonaventura da Bagnoreggio (1266), Francisco se despojó de sus ropas “hasta los calzones” y prometió solemnemente que, desde ese momento, sólo obedecería “al Padre nuestro que está en los cielos”. 

Francisco de Asís, una vida de renuncia, penitencia y piedad

San Francisco de Asís
Francisco de Asís en una obra de Guido Reni, 1622 (Museo del Louvre de París)

Aquel fue un momento clave en la vida de Francisco, quien comprendió plenamente el sentido de la llamada: estaba llamado a renovar con espíritu de obediencia a la Iglesia, que en aquel tiempo se enfrentaba a corrupción, divisiones y herejías.

Francisco rehuyó los placeres materiales de su vida para dedicarse a Dios, predicando a los pobres y reuniendo a decenas de seguidores. “Hemos sido llamados a curar las heridas, a unir lo que se ha desmoronado y a traer de vuelta a casa a los que han perdido el rumbo”, les dijo.

El santo hizo de la pobreza (a la que llamaba “Dama Pobreza”) el fundamento de su vida y esto se manifestaba en su manera de vestirse, los utensilios él y sus hermanos empleaban y los actos. Aunque a pesar de todo, siempre se les veía alegres y contentos.

Su humildad no era un desprecio sentimental de sí mismo, sino en la convicción de que “ante los ojos de Dios el hombre vale por lo que es y no más”. Su forma de vida fue atrayendo a cada vez más discípulos, que llegaron a ser, en esa época, alrededor de 5.000.

“Hay muchos que tienen por costumbre multiplicar plegarias y prácticas devotas, afligiendo sus cuerpos con numerosos ayunos y abstinencias; pero con una sola palabrita que les suena injuriosa a su persona o por cualquier cosa que se les quita, enseguida se ofenden e irritan. Estos no son pobres de espíritu, porque el que es verdaderamente pobre de espíritu, se aborrece a sí mismo y ama a los que le golpean en la mejilla”, decía.

En 1210, Francisco y sus seguidores viajaron a Roma para obtener la aprobación del Papa Inocencio III para la Regla de su orden religiosa. Estos hombres eran sucios, pobres y olían mal. Y al principio Inocencio se mostró reacio, pero finalmente entendió su voto de pobreza y admitió su orden en la Iglesia. 

Los impresionantes cambios sociales y económicos de la época, que acrecentaron la desigualdad, se convirtieron en terreno fértil para nuevos movimientos basados ​​en la pobreza y para las órdenes de frailes mendigos, como los dominicos, los agustinos, los servitas y los carmelitas, además de los propios franciscanos.

Los Hermanos Menores, como se llamaron desde entonces los seguidores de Francisco, se establecieron en los alrededores de Asís para atender a los leprosos y predicar el Evangelio.

Cuando una mujer llamada Clara Favarone, actualmente conocida como Santa Clara de Asís, quiso hacer votos similares a los de los franciscanos, Francisco la ayudó a fundar en 1212 una orden femenina, las Clarisas (Orden de Damas Pobres).

Después Francisco fundó otra orden (más tarde llamada Tercera Orden de San Francisco) para hombres y mujeres que no hacían votos ni dejaban sus trabajos, pero vivían los principios del franciscanismo en su vida diaria.

Las órdenes difundieron el ideal de una vida de renuncia, penitencia y piedad en la que ayudar a los pobres y a los leprosos era tan importante como la propia humildad. Algunos se entregaban a la oración con tal exceso que se ataban con cuerdas para no caer de cansancio, inventando incluso más tarde aparatos para mantener a los creyentes en pie durante largos períodos de oración.

En constante batalla contra los deseos humanos, Francisco, por ejemplo, mezclaba agua fría y ceniza en su comida para arruinar su sabor, según sus biógrafos. Para mantener el deseo sexual bajo control, aconsejaba a sus seguidores que maltrataran sus cuerpos con agua helada, cuerdas o espinas hasta que su carne corruptible (“carnis corruptela“) quedara sometida.

En la “Regla” de Francisco, que escribió para proporcionar pautas a sus frailes, les dijo que el propósito de su vida era difundir el Evangelio en estricta imitación de Cristo, especialmente su pobreza, y los instó a que no montaran a caballo ni tuvieran animales de compañía.

Pero aunque Francisco de Asís y sus hermanos frailes no abrazaron la idea de tener mascotas, sí promovió la armonía entre animales y humanos, y sus exhortaciones al respeto y la compasión por la naturaleza se hicieron legendarias. 

Tratar y cuidar a las criaturas de la tierra como hermanos y hermanas era su propósito y extendía este cuidado fraternal no sólo a las criaturas. Para el santo, el Sol era “Hermano Sol“, y la Luna era la “Hermana Luna“. 

Tomás de Celano relata que una vez, cuando Francisco estaba de viaje, se encontró con una “gran multitud de pájaros ” y corrió hacia ellos. Después de saludarlos y ver que no se alejaban volando, se llenó de alegría y procedió a predicarles un sermón, en el que les dijo que debían alabar a su Creador. Después de mezclarse con ellos, los bendijo e hizo la señal de la cruz, luego “les dio permiso de volar”.

Francisco también ejerció una suave autoridad cuando reprendió a las golondrinas que “chillaban y piaban” en la ciudad de Alviano, cuando estaba a punto de predicarle a la gente reunida allí: “Mis hermanas golondrinas, ahora es tiempo de que yo también hable, ya que ustedes han dicho suficiente”. Las golondrinas obedecieron debidamente.

La biografía de Tomás de Celano también describe cómo “incluso las criaturas irracionales reconocieron su sentimiento de ternura hacia ellas y sintieron la dulzura de su amor”, como cuando liberó a un conejo de una trampa, lo acarició “con afecto maternal” y la criatura continuó regresando.

Durante sus prédicas, Francisco no sólo exhortó a sus “hermanos pájaros” y a su “hermana cigarra” a cantar a Dios, sino que mostró consideración por sus necesidades, construyendo nidos para palomas y rescatando a animales destinados al matadero ofreciendo al pastor su manto a cambio de sus vidas. 

Como escribió un estudioso de San Francisco: “Proclamó el parentesco y la comunidad indisoluble entre los humanos y sus semejantes bajo Dios”.

El estilo de vida, las penitencias y las enfermedades arruinaron la salud de Francisco en poco tiempo y en 1224 se recluyó en el monte de La Verna, donde, según la tradición, una figura angelical le imprimió los estigmas que se asemejan a las heridas sufridas por Jesucristo en la Cruz.

“Mientras oraba en el monte, vio bajar de los más alto del cielo a un serafín con la efigie de un hombre crucificado”, relató Bonaventura da Bagnoreggio. “Al instante, comenzaron a aparecer en sus manos y en sus pies las señales de los clavos”.

Durante los últimos meses de su vida, después de redactar su “Testamento” (en el que volcó todo lo que no había podido incluir en la “Regla”), Francisco, “con la piel adherida a sus huesos“, se recluyó en una habitación oscura “ya que no podía soportar la luz del sol ni el resplandor del fuego”. 

San Francisco murió el 4 de octubre de 1226 en la iglesia de la Porciúncula, cerca de Asís, y fue canonizado dos años después por el Papa Gregorio IX, uno de sus antiguos compañeros, en una “santificación exprés”.

En 1979, Francisco de Asís fue nombrado por el Papa Juan Pablo II como santo patrono de los ecologistas y posiblemente las celebraciones más conocidas del santo en la actualidad son las ceremonias anuales de bendición de los animales que se llevan a cabo en muchas iglesias en el aniversario de su muerte en 1226. En estas ocasiones, animales grandes y pequeños  participan en un sacramento ecológico con sus cuidadores humanos.

Francisco de Asís, el santo que inspiró la elección del nombre del Papa

francisco de asis
El hombre de la montañosa ciudad de Umbría abandonó un estilo de vida rico y disoluto para fundar la orden de frailes franciscanos en 1209. Abrazó una vida de pobreza y sencillez y salió al campo a predicar un mensaje de hermandad y paz. En 1224 recibió los estigmas de Cristo. En la imagen: San Francisco en oración, por Guido Reni -1630 (Palacio de los Museos de Módena, Italia)

Cuando el cardenal argentino Jorge Bergoglio fue elegido Papa en marzo de 2013, podría haber elegido entre una lista de nombres populares de pontífices y convertirse, por ejemplo, en Juan XXIV o Gregorio XIV, pero eligió uno que nunca había sido utilizado: Francisco. 

“El cardenal Bergoglio tenía un lugar especial en su corazón y en su ministerio para los pobres, los marginados, los que vivían al margen y enfrentaban la injusticia”, dijo el vocero del Vaticano Thomas Rosica.

El Papa dijo después que escogió ese nombre porque San Francisco de Asís es “el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, el hombre que ama y protege la creación”. Y añadió con nostalgia: “Cómo me gustaría una iglesia pobre y para los pobres”. 

El Papa Francisco contó en múltiples ocasiones cómo se inspiró para elegir este nombre en el cardenal brasileño Claudio Hummes, quien al felicitarlo por su elección le dijo que no se olvidara de los pobres. 

En abril de este año, el Papa se reunió con un grupo de frailes franciscanos italianos de La Verna y de Toscana para las celebraciones del 800 aniversario del día en que San Francisco recibió “el don de los estigmas” después de haberse retirado a las colinas de La Verna para orar y hacer penitencia en 1224.

San Francisco de Asís puede ser un “compañero de camino”, le dijo el Papa a sus oyentes, sosteniendo a los cristianos y ayudándolos “a no dejarse aplastar por las dificultades, los miedos y las contradicciones, propias y ajenas”.

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