A meses de las elecciones, el panorama económico está cargado de ambivalencias. Mientras el gobierno festeja los índices de inflación, que llegaron a estar por debajo del 2 %, la actividad económica presenta datos de recuperación y otros que siguen en rojo. Aunque durante el primer trimestre los datos de actividad mostraron una fuerte suba, desde entonces por las turbulencias financieras que precedieron al anuncio del nuevo programa con el FMI y por las que volvieron a ocurrir en estas semanas, no se espera que continúen arrojando similares guarismos durante el resto del año.
Además, los datos de la evolución económica del primer trimestre de este año resultaron positivos debido a que el punto de comparación es el primer trimestre de 2024 que fue de hundimiento económico: el crecimiento fue impulsado por el sector financiero, minas y canteras (incluye hidrocarburos), el comercio y la industria, pero en este último caso sigue siendo uno de los peores primeros trimestres de los últimos diez años. De conjunto, la actividad podría cerrar el 2025 con un nivel similar o más bajo que el de 2017 o 2015. Es decir, no sale de la situación de estancamiento estructural. No existen nuevos motores que la empujen a una recuperación vigorosa.
Estudios de consultoras privadas ilustran que el consumo se mueve a dos velocidades: quienes tienen ingresos ubicados en la escala distributiva del medio para abajo no llegan a fin de mes y deben resignar compras, mientras que los sectores de mayor ingreso protagonizan una recuperación, pero con un cambio en la composición del origen de los bienes y servicios, con mayor peso de los importados. Son los sectores que vacacionan afuera, aprovechan el dólar barato para importar, y adquieren bienes durables.
Estos datos son consistentes con una situación laboral marcada por el crecimiento del desempleo (7,9 % en el primer trimestre, dos décimas más que en igual período de 2024 y 1,5 punto porcentual más que en el último trimestre del año pasado) y el deterioro de los ingresos. En los partidos del Gran Buenos Aires la desocupación ronda los dos dígitos (9,7%). Y la tasa de desocupación es mucho más alta entre jóvenes, en particular entre las mujeres jóvenes: entre quienes tienen de 14 a 29 años, la desocupación femenina subió desde el 17,3% al 19,2% y la de los varones desde el 14,1% al 15,1%, durante el primer trimestre. En simultáneo, aumentaron la informalidad y el empleo por cuenta propia: datos de la Cuenta de Generación del Ingreso del INDEC muestran que en el primer trimestre los trabajadores registrados descienden un 0,6 %; los no registrados aumentan 0,8 % y los no asalariados crecen 4,7 %. Es decir que la recuperación económica del primer trimestre no produjo una mejora de los indicadores del empleo, sino que arroja peores resultados que durante el hundimiento de 2024.
El Índice de Salarios del INDEC muestra que el poder de compra del salario del sector privado registrado, luego de un primer golpe con la devaluación, se recuperó relativamente hasta fines de 2024 y desde entonces cae levemente; pero evaluando la presidencia de Milei de conjunto presenta una caída de 1 % entre noviembre de 2023 y abril de 2025 (datos del Sistema Integral Previsional Argentino da cuenta de una caída más importante: -5,5 %). Otra realidad exhibe el salario del sector público registrado que también experimentó una recuperación parcial después de la devaluación, pero aún así retrocedió un 16 % entre noviembre de 2023 y abril de 2025 (entre los empleados del Estado Nacional la caída llega al 31,6 %). Entre los informales se observa una recuperación del salario, pero varios analistas indican problemas metodológicos en esa medición.
En general, el consumo a dos velocidades está apalancado, no en una recuperación de ingresos, sino en el endeudamiento: los préstamos aumentaron 96% en términos reales (descontada la inflación) en el primer trimestre, con algunas regiones del país con crecimiento mayor al 100%. Según datos del Banco Central, los préstamos al sector privado pasaron de representar el 6,2% del PIB en marzo de 2024 al 10,6% del PIB en marzo de 2025.
El aumento de los niveles de endeudamiento y morosidad, son parte del mismo panorama, exponiendo la necesidad de apelar al crédito para compensar el deterioro de ingresos, y las dificultades crecientes para afrontar los pagos de esos pasivos. Un informe del Instituto de Estadísticas y Tendencias Sociales y Económicas (IETSE) exhibe datos graves para el mes de mayo: aumenta al 91% los hogares que se encontraban endeudados; el 56% de los hogares destinó entre el 40% y el 60% o más de sus ingresos mensuales a pagar deudas. Por lo cual, después de pagar las deudas les queda poca plata para vivir. Si bien el aumento de la morosidad todavía no es preocupante para el sistema bancario muestra los límites para seguir impulsando el consumo por esta vía cuando en simultáneo los ingresos no se recuperan y el gobierno tiene la necesidad de subir la tasa de interés para tratar de contener las turbulencias financieras.
El dólar después del FMI: nuevas herramientas, un mismo objetivo
Este año arrancó con el debate sobre la “sobrevaluación” del tipo de cambio de la moneda argentina con el dólar. Con las herramientas del cepo heredadas de Alberto Fernández y Sergio Massa, Milei y Caputo venían manteniendo un tipo de cambio fijo con ajuste predeterminado (de 2 % durante 2024 y de 1 % desde comienzos de este año) cuyo ritmo estaba por detrás de la inflación. Las observaciones realizadas desde distintas posiciones políticas e ideológicas de que esto estaba encareciendo a la Argentina y era insostenible, fueron despachadas por el gobierno con las habituales burlas y descalificaciones, a pesar del turismo récord en el exterior y el notable crecimiento de las importaciones, que adelgazaron el superávit en la balanza de pagos (el saldo de transacciones económicas, de inversión y financieras del país con el exterior).
La defensa a rajatabla del esquema por parte del gobierno tenía claros motivos: atrasar el dólar fue una de las principales anclas contra la suba de precios. Las otras fueron planchar los salarios y el hundimiento económico, mucho más importantes para alcanzar la baja inflacionaria que el ajuste fiscal y ordenamiento monetario que el equipo económico presentan como claves para este resultado. Aunque Milei y Caputo sostuvieron varias veces que es la emisión, y no el dólar, lo que determinaría la inflación, su decisión de planchar la cotización muestra que no estarían tan convencidos de esto.
A pesar del triunfalismo oficial, el equipo económico debió desbaratar su esquema cambiario para obtener ayuda del FMI, en un reconocimiento de que no todo marchaba de acuerdo al plan. Es que pasado más de un año del gobierno de Milei, el Banco Central mantenía el problema de contar con reservas netas negativas. Si bien la gravedad de esta cuestión era menor que cuando asumió, después de una mejora inicial gracias a la megadevaluación de diciembre de 2023, con el paso del tiempo no pudo sostener la tendencia a mejorar el nivel de reservas. Entre el deterioro de la cuenta corriente de la balanza de pagos y los vencimientos de la deuda, el rojo de la entidad que regula la política monetaria era peor cada día. Esta situación se disimuló por un momento por el efecto del blanqueo de capitales. El FMI impuso, para prestar al gobierno dinero destinado enteramente a pagar deuda, el abandono del esquema de tipo de cambio fijo. En su reemplazo, se estableció un esquema de bandas de no intervención, al mismo tiempo que se eliminaron los límites para la compra de dólares por ahorro de las personas físicas.
La idea es que, dentro de las bandas, el dólar se movería sin que el Banco Central venda ni compre para sostener la paridad. Sin embargo, está previsto en el acuerdo que sí realice compras para engrosar las reservas.
Al día siguiente de iniciado el acuerdo, Milei afirmó que, al contrario de lo previsto por el programa, el Banco Central compraría dólares solo si la cotización cae por debajo de la banda inferior, es decir, si el valor del dólar frente al peso se debilita más allá del nivel fijado como objetivo por las bandas. Al mismo tiempo, pronosticó que inexorablemente y por complejos modelos teóricos el dólar iba necesariamente a caer a menos de 1.000 (el valor con el que empezó la banda inferior). Nada de eso ocurrió, aunque el ajuste inicial del dólar (que rondaba hasta hace unas semanas $ 1.160) fue inferior a lo pronosticado por la mayoría de los analistas. El gobierno estimuló la entrada de inversores financieros y tomó deuda en dólares para, sin intervención del BCRA, nutrir de oferta el mercado y evitar que el dólar subiera.
Entonces, a pesar de que tuvo que abandonar el tipo de cambio fijo, el gobierno no renunció al objetivo de usar el dólar como ancla para la estabilidad. Durante unos meses, todo marchó de acuerdo al plan. No hubo euforia de carry trade ni entusiasmo externo suficiente como para un festival de endeudamiento, pero sí lo suficiente para que el dólar estuviera un tiempo más cerca de la banda inferior que de la superior, y el ministro de Economía y su equipo se mostraran despreocupados con el deterioro del balance de la cuenta corriente, a condición de que este fuera cubierto por el lado de la cuenta capital y financiera (deuda, especulación e inversiones).
Agujeros en la cuenta corriente
El ministro Caputo insiste que el déficit de cuenta corriente no es grave. La cuenta corriente se puede observar desde información del INDEC o desde datos del Banco Central, que están algo más actualizados. Se trata de metodologías distintas. De todos modos, lo importante es observar la dinámica. El año 2024, tanto la cuenta corriente del INDEC como el balance cambiario del Banco Central terminaron con números positivos. Pero en dinámica se observa un deterioro en ambos casos desde mediados del año pasado debido al atraso en la cotización del dólar artificialmente barato.
El balance cambiario del Banco Central muestra que en el acumulado hasta el mes de mayo la cuenta corriente fue deficitaria en U$S4.805 millones y que en ese déficit influye fuertemente la salida de dólares por pago de servicios (allí está incluido el turismo), pero también por los pagos de intereses de la deuda. Otro dato importante es que la inversión extranjera directa, que es la gran apuesta del gobierno para conseguir dólares, produjo una salida de U$S1.679 millones: es decir, existe desinversión extranjera. Algo peor ocurre con la dinámica de los dólares de los “ahorristas”. Entre abril y mayo, la formación de activos externos muestra una salida de U$S 5.247 millones. Esto equivale al 44 % del desembolso de abril del préstamo del FMI. Este movimiento que es una de las causas de la fuga de capitales está vinculado, según algunos analistas, a empresarios que no pueden acceder al dólar desde sus empresas (porque allí sigue el cepo), pero que compran como individuos.
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Esta dinámica que reflejan los datos hasta mayo continuó. Una medida sintética de verlo es que entre el 4 de julio y el 16 de julio, las reservas netas del Banco Central pasaron desde un terreno negativo de U$S 4.200 millones a un terreno negativo de U$S 8.100 millones. Una sangría enorme producto de los pagos de deuda en dólares realizados durante los últimos días. Aún antes de los últimos pagos, el gobierno no había logrado cumplir con la meta de acumulación de reservas netas establecida para la primera revisión del mes de junio del FMI.
Nuevas turbulencias
La euforia fue moderada y de corta vida. En el mismo momento en que el ministro Caputo sobraba con “compra campeón” a quienes sostuvieran que el dólar estaba barato, JP Morgan aconsejaba a los inversores que redujeran su exposición con Argentina hasta después de las elecciones (días antes había salido discretamente de sus posiciones en activos argentinos). Además, el Índice MSCI no mejoró la calificación de Argentina, que es lo que esperaba el gobierno para que ingresen capitales. A esto se sumó la inexplicable torpeza del gobierno que dejó de utilizar las letras del Tesoro de corto plazo (LEFI) como instrumento de absorción de liquidez, y por lo tanto llevó a un formidable aumento del dinero en circulación que no fue reabsorbido ni por el BCRA ni por el Tesoro, quedando disponible para volcarse al dólar a través del mercado formal y financiero. Con un timing sorprendentemente malo, era este el momento en el que el Ministerio de Economía anunciaba que tomaría medidas para juntar reservas, y moderar el cumplimiento de los objetivos pactados con el FMI. Justo cuando vienen los meses en que el campo ya vendió la mayor parte de la soja y el maíz, y la entrada de dólares de exportaciones empieza a ralear. No sorprende que ni los banqueros buenos amigos de Caputo aconsejen mantener inversiones en el país. El riesgo país, que en enero estaba cerca de 500 puntos, ahora está en 750 y subiendo.
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En lo que va de julio, el tipo de cambio minorista subió marcadamente y el billete verde llegó a rondar los $ 1.300. Esto puede amenazar el objetivo del gobierno de mantener a raya la inflación. En términos políticos todavía los “mercados” están analizando el impacto de la derrota del gobierno en el Senado. Si bien un tipo de cambio más alto puede aliviar algunas tensiones (porque morigera la tendencia a perder dólares por importaciones y turismo; a la vez significa cierto estímulo a las exportaciones) para el gobierno son mayores los costos en términos de estabilidad de precios que cualquier beneficio. Ahora el gobierno está tratando de poner murallas para evitar cualquier atisbo de corrida, subiendo drásticamente las tasas de interés (un mes después de que dijo que dejaría que las fijara libremente el mercado) e interviniendo con montos billonarios de pesos en el mercado de dólar futuro.
Escenarios hasta octubre
Un escenario es aquel al que apuesta el gobierno, que consiste en evitar una escalada descontrolada del dólar. A favor de este escenario juega la entrada de un nuevo desembolso del FMI: el jueves 24 el gobierno difundió el acuerdo del Staff del organismo en la evaluación del primer tramo, con lo cual se confirma el giro pautado de USD 2.000 millones. Esto ocurrirá a pesar de que no se alcanzó la meta de reservas netas establecida para junio, a pesar de las advertencias que formuló recientemente sobre la fragilidad externa y el atraso cambiario. También el gobierno podría recurrir a tomar nueva deuda en lo que resta del año para aliviar los apuros, pero a un costo alto debido a que el “riesgo país” sigue en un nivel elevado y en alza. Aún en este escenario donde el gobierno evita una escalada del dólar, no es esperable que se evite un amesetamiento de la economía –en el “mejor” de los casos para los propósitos gubernamentales– ni tampoco pueden descartarse menores niveles de actividad, apuntalados por la suba de la tasa de interés. Incluso ya existen actividades afectadas por la apertura externa. Después de haber ajustado todo desde que asumió, y a pesar de haber logrado algunas de las metas que se proponía (ajuste del gasto público aunque el resultado está algo maquillado -en gran parte por el recurso de emitir deuda con intereses capitalizados-, y reducción de la inflación aunque sigue siendo una amenaza) en estos días volvió a quedar en evidencia la precariedad del esquema de Milei, que le sumó a los agudos problemas preexistentes en la economía argentina buenas dosis de aventurerismo del equipo económico y una gran dependencia de los vaivenes de la especulación financiera, principal área de expertise de Caputo.
Otro escenario que no se puede descartar (incluso forma parte de las preguntas que se hacen en el mundo empresario), se daría si el gobierno no llega con los dólares necesarios para evitar turbulencias cambiarias que pueden tener lugar por las contradicciones del frágil esquema externo y en tiempos que tienen lugar las tradicionales coberturas preelectorales con el paso al dólar de especuladores financieros. De emerger una escasez de dólares más potente por la falta de financiamiento externo, las turbulencias pueden convertirse en mayores niveles de desorden en el frente cambiario con las consecuencias en precios y en el ánimo social. Sería un escenario muy crítico para un gobierno que apuesta con todo a un supuesto órden macroeconómico.