Wednesday, 3 September, 2025
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Los papás que pidieron donar los órganos de su hija y el homenaje especial que le hacen cada año

Antonella Trivisonno tenía 6 años y una manera única de estar en el mundo. Su madre, Silvia, la recuerda como alguien con una inteligencia muy especial para ser feliz. “Antonella siempre sabía disfrutar de lo que hacía. Si te pedía ir al cine y no la podías llevar, ella se conformaba con otra cosa que podía estar haciendo en el momento. Se relacionaba con los otros de una manera también muy particular”, dice su mamá.

Era la tercera de seis hermanos, aunque dos nacieron después de su muerte. En aquel entonces, en la familia estaban Nicolás, de 6 años; Agustina, de 8; Antonella, de 6; y un bebé de 9 meses. En ese escenario, Antonella se destacaba por cómo lograba conectar con cada uno. Con su papá, le alcanzaba un mate al taller; con su mamá, se sumaba a la cocina; con su hermano, jugaba al arco para que él pudiera patear al fútbol; con su hermana mayor, era la alumna aplicada en los juegos de maestra.

“Antonella se relacionaba con el otro no solo desde el lugar que a ella le gustaba, sino desde el lugar que el otro necesitaba. Entendimos después que eso es donación”, reflexiona Silvia.

Ese modo de vivir se volvió, de alguna manera, el puente para atravesar lo que vendría. El 29 de agosto de 1999, cuando viajaban en el coche familiar por la ciudad de Rosario, un auto los embistió en la esquina de Ovidio Lagos y Salta. Silvia manejaba con sus tres hijos en el asiento trasero. Solo Antonella resultó gravemente herida: fue trasladada al hospital Vilela, donde horas más tarde los médicos confirmaron la muerte irreversible.

“Lo único que queríamos era que Antonella se salve y cuando nos dicen que era irreversible lo primero que se nos vino a la cabeza fue que a otra familia a lo mejor le estaba tocando lo mismo que nosotros. Y si no podíamos hacer más nada por Antonella, seguramente íbamos a poder ayudar a que otra mamá pudiera abrazar a su hija o hijo”, recuerda su papá Alejandro.

Antonella Trivisonno tenía seis años cuando murió.

En 1999 casi no se hablaba de donación de órganos. “Nosotros teníamos 34 años, cuatro hijos sanos, los cuatro abuelos vivos y jóvenes, la muerte no era un tema para nosotros. Y sin embargo pedimos a los médicos poder donar. No es que vinieron a preguntarnos”, cuenta.

Alejandro completa: “En ese momento todos estaban poniendo lo mejor de sí, eran médicos de nuestra edad con hijos de la edad de Antonella. Silvia me lo preguntó: ‘¿Y si donamos los órganos para que alguien no sufra lo que estamos sufriendo nosotros?’. Lo nuestro ya estaba”.

La decisión los atravesó para siempre. No quisieron saber quiénes recibieron los órganos. “Entendemos que la donación es dar sin esperar el resultado. Si el que recibe no se cuida, no depende de nosotros. El valor está en el gesto, no en lo que pase después”, dice Silvia. Y agrega: “Antonella nos donó tanto en vida que pudimos pensar en donar. Nos mejoró la calidad de vida nuestra, no por su muerte, sino por cómo vivió”.

Al año de la tragedia, la familia convocó a un acto en la esquina donde ocurrió el accidente. La sorpresa fue la gran cantidad de personas que los acompañó. “Nosotros fuimos a contar que Antonella era especial, fue donante de vida en vida. No queríamos que se conozca el caso por el accidente, sino por el nombre de Antonella”, cuenta Silvia.

Esa jornada marcó el inicio de un camino de concientización. Cada 29 de agosto, desde entonces, realizaron homenajes distintos para difundir la importancia de donar: una bandera en la cima de una montaña en Nepal, un recital en el que los invitaron al escenario, campañas en la ciudad con la sonrisa de Antonella en afiches. En 2000, en una de esas jornadas, más de 150 personas se inscribieron como donantes, triplicando los números habituales.

La familia Trivisonno hoy.

Con los años, la iniciativa trascendió a nivel nacional. En 2019, al cumplirse 20 años de la muerte de Antonella, Silvia y Alejandro decidieron que era momento de dejar de hacer homenajes solo en nombre de su hija. “Entendimos que la mejor manera de no enfrentarnos a otra muerte más era que esto dejara de ser solo por Antonella y se transformara en algo para todos”, cuentan.

Esa fue la semilla del proyecto que convirtió al 29 de agosto en el Día de la Persona Donante de Órganos. Desde entonces, en las escuelas de todo el país se trabaja ese día la temática de la donación de órganos, con un mensaje claro: hablar es la respuesta.

Hoy, a más de dos décadas, Antonella no está, pero dejó un legado inmenso. Como resume su madre: “Dimos lo material de ella, que eran sus órganos. Pero lo más importante, Antonella ya nos había dado su manera de vivir, de disfrutar, de abrazarnos. Esa fue su primera gran donación.”

AS

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