La primera vez que Martina Gattarello pisó Formentera una energía especial envolvió su cuerpo e iluminó su alma. Había visto otros paisajes cautivantes, pero en aquel lugar se respiraba una atmósfera diferente. La joven no podía explicar con exactitud de qué se trataba, tal vez fuera el ambiente familiar y calmo, o que el turquesa del agua era más intenso que otros; tal vez, el misterio podía descifrarse al ver a las abuelitas en el camino, que descansaban bajo las higueras junto a sus ovejas. Ante el exquisito cuadro, Martina se dejó atrapar por el magnetismo y nunca más pudo abandonar la isla del todo.
Atrás habían quedado sus tres meses trabajando como niñera en Ibiza, sus andanzas por Europa y Asia, y más lejos aún, pero siempre cerca del corazón, su querida Argentina, con esas voces que a veces le cuestionaban: ¿Cómo podés vivir sin tener un plan a futuro?
Dejar atrás una vida previsible en Argentina y salir a ver el mundo: “No me daba tiempo para planificar a largo plazo”
Martina se fue a los 20 años con el simple deseo de tener una experiencia distinta. Se resistía a conformarse con la idea de que la vida consiste en transitar una sucesión de eventos preestablecidos.
En un principio, sus padres desalentaron la idea, pero les alegraba verla sonreír ante la perspectiva de trabajar en el camino, mientras veía Europa, Asia y el mundo. El tiempo, por otro lado, supo demostrarles que la conexión a veces permanece más viva a la distancia: “Y, sin dudas, los avances en las comunicaciones ayudaron mucho”, reflexiona Martina, quien hoy tiene 38 años.
Y así, la joven partió sin destino fijo, tan solo impulsada por el ritmo de las estaciones y su reloj interno, que le alertaba cuando era hora de moverse y seguir viaje. En cada puerto de llegada trabajaba, conocía personas nuevas, vivía experiencias inéditas y luego seguía, ante la mirada de sus seres queridos en Argentina, quienes rastreaban sus pasos desde lejos, sin entender cómo no sucumbía ante el miedo de vivir el día a día: “Mi vida viajando se volvió tan interesante que no me daba tiempo para planificar a largo plazo”, explica.
Pero entonces, allá por el 2009, Martina divisó Formentera y, por primera vez en sus años de viajera por el mundo, quiso volver una y otra vez, hasta comprender que aquel rincón del planeta se había convertido en su puerto, su hogar, más allá de Buenos Aires, donde anclaba cada año.
Con apenas 83Km2, la pequeña isla le abrió sus puertas, a pesar del carácter típico isleño, un tanto cerrado. A la joven argentina le atraía escuchar hablar italiano por todos lados: “Como mi abuela es italiana me llamaba mucho la atención poder vincularme con ellos. Hay restaurantes y tiendas de ropa italianas. Formentera está de moda en Italia. Vienen los futbolistas y famosos”, explica.
Aparte de las abuelas y sus ovejas, Martina quedó asombrada ante una tranquilidad que no sabía que añoraba, así como el abrazo invisible de una comunidad fraternal, en quien podía confiar y encontrar apoyo. Y así, entregada a la isla, cinco años más tarde llegó el amor, con él llegaron los hijos y la maravilla de haber echado raíces en un suelo otrora extraño.
“Si tengo que buscarle algo negativo a la isla, es que en invierno cuando llueve no hay nada, pero absolutamente nada para hacer, se cierran todos los comercios. En cambio cuando hay sol siempre se puede salir a caminar por la playa, por el campo, por los hermosos bosques”, cuenta Martina, quien hoy con su familia opta por pasar los meses más duros de invierno en Argentina, con calor y seres queridos.
De vender en la playa a conquistar Europa: “Hay muchas oportunidades para crecer, el límite lo pone uno”
Con el paso de los años, Martina descubrió que en la más pequeña de las Islas Baleares de España, en el mar Mediterráneo, lo que faltaba era alojamiento y lo que sobraba era trabajo en la temporada estival.
En un comienzo, su búsqueda laboral solía aterrizar en empleos en relación de dependencia, acompañados por algún trabajo extra para hacer la diferencia. Sin embargo, tal como le solía suceder en su travesía de vida, cierto día la alarma de su reloj interno sonó y dijo basta; basta de destinar su tiempo a otros, basta de regalar vida: “Y sin más, me puse a vender vestidos en la playa”, revela.
Y entonces, cuando Raúl, su marido, ingresó a su vida, decidieron empezar a distribuir los vestidos en los negocios de la isla hasta que, finalmente, pusieron su primera tienda (Pahiesa) en el Pilar de la Mola. Más tarde llegó la segunda en el puerto de La Savina, y finalmente la tercera en San Francisco, capital de Formentera.
“Hay muchas oportunidades para crecer, el límite lo pone uno”, asegura Martina, cuya marca hoy tiene distribuidores en Italia, Francia , Portugal, Grecia y Holanda. “Participamos en ferias internacionales de ropa como en White Milano, Cabana en Miami y con futuras proyecciones de participar en MOMAD Madrid y Who’s Next París”, continúa.
“De todas formas hemos decidido delegar gran parte de nuestro trabajo para poder pasar más tiempo con nuestros dos hijos ( Lorenzo y Timoteo). Raúl viaja a India a hacer la colección y yo me quedo con los niños. En las tiendas trabajamos con muchas chicas argentinas, nos gusta la forma de ser, son activas, espontáneas, vienen siempre con ganas de trabajar. Lo que más nos interesa es brindarles un trabajo donde se sientan cómodas y haya calidad humana”.
La isla expulsa y atrae, con sus tiempos peculiares, su compás dictado por el clima y el agua envolvente que invita a partir y volver. Tal vez, allí Martina halló el equilibrio justo, ideal para quien tiene una esencia nómade, pero precisa de largas temporadas de quietud. No vive obsesionada por el futuro, pero ahora tampoco vive el día a día. Su trabajo, por fortuna, le permite saber que a la Argentina regresará todos los años y por varios meses: “Las tiendas de ropa las abrimos siete meses al año y nos quedan cinco meses para viajar e inspirarnos para una nueva colección”, cuenta.
A su querida tierra le cuesta llegar y de su querida tierra le cuesta irse. Para Martina, no es fácil organizarse para lograr ver a todas las personas que quiere. Pero entonces, cuando lo consigue, el aire del viejo hogar la envuelve con un calor acogedor.
“Al final el lugar donde uno nace no se cambia por nada”, dice conmovida. “Las amistades y la familia es lo que nutre el alma. Cada vez que vuelvo me doy cuenta de que Argentina es un país hermoso y en un futuro me veo viviendo ahí con toda mi familia”, continúa.
“Pero viajar es invaluable. Hace que uno tenga que vincularse con gente que quizás estando en tu país de origen no lo harías porque estás acostumbrado a estar siempre con tu círculo cercano. Cuando tenés a los amigos y la familia lejos uno se abre a nuevas relaciones y amistades. Uno se abre a nuevas experiencias”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a [email protected] . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.