Doce de los últimos 16 años fueron un desastre para las democracias del continente, en lo que a la política exterior de Estados Unidos se refiere. La región pasó de una dictadura, Cuba, a cuatro y media, Nicaragua, Venezuela, Cuba y Bolivia, con México en el camino a serlo; en las dos últimas administraciones demócratas, la de Barack Obama y la de Joe Biden, se consolidó Venezuela como dictadura, Nicaragua, se volvió otra y Mexico puso los cimientos de lo que también podría llegar a ser una dictadura, con la mirada cómplice de estos gobiernos.
Es más, si profundizamos un poco, vemos cómo Obama abrió la puerta a una normalización de relaciones con Cuba, lo que solo le sirvió a la dictadura cubana, que finalmente le dio un portazo en la cara a la administración norteamericana, pues nunca estuvieron dispuestos a una normalización, con una apertura económica y de libertad, por muy restringida que fuera. Por su parte, Biden, quien se decía experto en la región, vio cómo Nicaragua se convertía en una segunda Cuba, y no pasó nada. Además, le facilitó la vida al mafioso dictador Maduro cuando liberó a los sobrinos de su esposa, condenados por narcotráfico, liberó al experto en lavado de activos Álex Saab y, como si esto fuera poco, levantó las restricciones a las petroleras para producir y exportar petróleo desde Venezuela.
El eje autoritario en la región creció sin freno, mientras Estados Unidos, preocupado por otros líos mundiales, no vio el incendio en el vecindario, que además toma todos los días más fuerza, con el apoyo de China, Rusia e Irán. No se debe, por demás, descartar el desastre de México y de Colombia, donde la democracia, en el primero, muere, mientras en el segundo, tambalea, por cuenta de un populista que solo llegó al poder para destruir la libertad.
Durante los cuatro años de Donald Trump el discurso contra las dictaduras en la región fue claro, y algunas de las acciones también. El apoyo al gobierno interino de Juan Guaidó fue quizás lo más relevante, aunque no se pueden olvidar las sanciones contra Maduro y su corte de mafiosos y la presión en materia de narcotráfico que hicieron a lo largo y ancho del continente, incluso con propuestas de bombardear narcos en distintos países.
Llegó Donald Trump al poder con un mandato absolutamente claro, y con un Senado y una Cámara en manos de los republicanos. Es más, parece que Marco Rubio, senador por la Florida, va a ser nominado como Secretario de Estado y su director de Seguridad Nacional, Matt Waltz, viene de este mismo estado de la Unión, el único, por cierto, donde el tema de Latinoamérica es importante. El mensaje es contundente, la región va a ser una de las prioridades. Eso sí, no nos hagamos ilusiones, primero van Ucrania, Medio Oriente y China, pero la región sale del olvido y el descuido con los valores democráticos y las amenazas a estos que sufrimos durante las administraciones demócratas.
La pregunta esencial es, ¿qué van y qué pueden hacer? De poder, las opciones son múltiples, sobretodo ahora en el mundo de los drones, donde estos juegan el papel de miles de soldados sobre el terreno. Esta opción no se puede o se debe descartar para lograr una salida de la cleptocracia de Venezuela. Es más, acciones como la que utilizaron contra Álex Saab, de interceptar su avión en pleno vuelo, deben estar sobre la mesa. Que los dictadores, sus secuaces y sus familias entiendan que no tienen ningún espacio libre en el mundo si siguen en el poder.
En el caso de Venezuela hay otra opción que debe ser abierta, subir a 100 o 150 millones de dólares la recompensa por Maduro y su mafia, lo que necesita una decisión del Congreso, y que otros se encarguen de entregarlos. Generar esa opción para lograr una salida debe estar sobre la mesa para que, incluso dentro de Venezuela, esos mafiosos no se sientan seguros.
Lo de Nicaragua va ser distinto. Es muy probable que renegocien el tratado de libre comercio de Centroamérica y saquen a Nicaragua y metan a otros países, como Ecuador y Uruguay, que lo han pedido. De todas maneras, la penetración rusa en materia de inteligencia en Nicaragua genera una amenaza que, sin duda, Estados Unidos va a querer contrarrestar, por eso no se debe descartar ninguna acción en ningún sentido. Obvio, la prioridad va a ser Venezuela, junto a Cuba, pero Ortega tampoco está a salvo.
Lo de Cuba va a ser interesantísimo. Es muy probable que le frenen las remesas, lo que le quita gran parte del oxígeno a esa dictadura que hoy tiene al país muchísimo más pobre que hace 60 años. Es más, el mismo Marco Rubio hace unos años planteó la necesidad de usar satélites que den señal a los cubanos, pues estos, con libertad para hablar, para organizarse y para expresarse son una amenaza gigante a esa otra cleptocracia que dominaron los hermanos Fidel y Raul Castro y hoy dirigen sus descendientes.
Lo de China, Rusia e Irán también se convierte en objetivo estratégico de la política exterior de Estados Unidos hacia la región. México debe entender que las inversiones chinas van a comprometer su seguridad económica y proyectos como el del puerto chino de Chancay, en Perú, van a tener un alto costo en materia política y comercial.
Finalmente, dos temas que van a hacer parte de la nueva administración hacia la región; el de la migración, que se ha convertido en un instrumento de disrupción por parte de países como Venezuela y Nicaragua, que han pasado “de agache” en ese tema; ahora, con una nueva mirada, este problema se convierte en un incentivo más para ponerle solución a las “diferencias” que hay con estos países.
El otro tema es el narcotráfico. Ya en la primera administración de Trump desde el Congreso se propuso bombardear a los narcos en México, algo que no solo no se debe descartar, sino que es muy posible que sea parte de la receta en la lucha contra el narcotráfico a lo largo del continente. La mirada complaciente de Biden con este tema se acabó, y personajes como Gustavo Petro, aliados con el narcotráfico, por acción o inacción, van a hacer que sus países paguen un alto costo político y hasta comercial. Mexico, una nación al borde de ser un narco estado, también debe entender que esa mirada complaciente que tuvieron los cuatro años pasados ya está en el pasado.
Hay un nuevo aire en la región. La soledad que sentimos los demócratas del continente en esta lucha contra el populismo del siglo XXI y sus patrocinadores extracontinentales antes mencionados parece haber terminado. Lo importante es entender que en estos cuatro años, y en especial en los primeros dos, hay que sentar las bases para equilibrar la lucha, para eliminar esos agentes nocivos y crear una fuerza imparable de libertad y democracia.
No hay un minuto que perder. Trump ya lo sabe y por eso está nombrando su gabinete con anticipación. A nosotros nos toca lo mismo, estar listos para actuar. Sin temor y sin pausa.