Existe un síndrome no recetado por la medicina pero evidenciado por la realidad: el síndrome del 10 de Yupanqui. ¿En qué consiste? En la capacidad de un individuo de hacer algo con cierta virtud pero sin sobresalir demasiado. El mejor ejemplo es el del 10 de Yupanqui. Nadie puede negar que es un jugador de fútbol. El tipo va, se pone la camiseta, gambetea y a veces la clava en el ángulo. Sin embargo, Lionel Messi también es un jugador de fútbol: se pone la camiseta, la clava en el ángulo y después se va de shopping con Antonela Roccuzzo. Entonces rige el síndrome en cuestión: el 10 de Yupanqui hace lo mismo que otro, fue bendecido con el don de jugar bien a la pelota pero no tan bien como para sobresalir al máximo. Dicho de otra forma, se puede ver como un don o como una desgracia.
El síndrome también rige en la música. ¿Cuánta gente toca la guitarra? Muchísima. Sin embargo, no llegan a tocar como para sobresalir, grabar un disco, componer un éxito o tener groupies (hay quienes tienen las groupies pero sin tocar la guitarra, aunque ese es otro tema). Por lo tanto, se aplica el mismo principio (aunque acá más bien sería el síndrome Atahualpa Yupanqui).
Es decir, Dios repartió dones pero a algunos les dio una mayor capacidad para explotarlos. Y le pasa a todo el mundo todo el tiempo. Por ejemplo, escribir estas líneas requiere cierto conocimiento del abecedario, sintaxis básica y hasta un poco de creatividad. Sin embargo, no por escribir estas líneas uno puede escribir la saga Harry Potter, ni El guardián entre el centeno ni Sinceramente.
¿Qué habrá buscado Dios con esto? Quizás ilusionar a cada ser humano para que brille, aunque sea un poco, en un arte, un deporte o una disciplina. O quizás simplemente se dio cuenta de que además de un 10 para la selección argentina hacía falta alguien que llenara un Excel de lunes a viernes de 10 a 18 en una oficina del Microcentro, mientras una compañera calienta a su lado pescado en un microondas que nadie jamás limpió. Pero para que ese empleado administrativo sonriera al final del día, Dios le regaló una luz de esperanza y le dijo: “Sos muy bueno tocando la guitarra, así que este sábado tocarás en un local de Flores con tu banda”. Dios no le dijo: “Serán Soda Stereo”. No, le dijo: “Serás feliz con tu banda y, con suerte, a la salida del show el auto todavía tendrá el estéreo ¡no por nada inventé los garajes!”.
Lo mismo pasa con el humor. ¿Quién no tiene un primo super gracioso que alegra las reuniones familiares y cuenta chistes subidos de tono en Navidad? Y más de una vez seguro alguien le dijo: “Vos tendrías que hacer un show de stand up”. Sin embargo, detrás de eso se esconden dos cuestiones. La primera es el síndrome del 10 de Yupanqui: sí, el muchacho es gracioso, pero no tanto para armar un show en Paseo La Plaza. La segunda es la cruel ley del apoyo familiar: aquellos que más te incitan a hacer algo son los que después menos te consumirán. A esos no se los verá ni en obras de teatro amateur, ni en exposiciones de arte en centros culturales provinciales y menos en reductos oscuros para escuchar al primo contar chistes de situación del estilo: “¿Viste cuando tu compañera de trabajo calienta pescado en el microondas?”.
Sin embargo, como existe una regla hay una excepción, que es también la que alimenta a la fantasía de muchos que sueñan con los ojos abiertos. ¿Cuántos casos hay de vendedores, brokers de seguros, empleados bancarios y otros tantos de ese gran ejército de administrativos y otras yerbas que un día la vida los tocó con la varita y rompieron sus rutinas y pasaron a ser actores reconocidos, músicos famosos o humoristas convocantes? Haber los hay, son pocos y generalmente la excepción corre en el rubro artístico, porque difícilmente Boca compre al 10 de Yupanqui. Aunque, conociendo a Riquelme….
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