La primera vez que Carmela Rivero (20) subió a un escenario rodeado de público fue durante un festival homenaje que su padre, el compositor y baterista Edmundo “Pelu” Rivero, organizó en una plaza del barrio porteño de Saavedra. Fue en 2013. Y fue el 8 de junio, el día del aniversario del nacimiento de su bisabuelo, el gran Edmundo Rivero, uno de los próceres del tango argentino y el homenajado en esa ocasión. Por ese entonces, Carmela tenía 9 años y recuerda perfecto haber tenido esas certezas fulminantes que atraviesan el cuerpo: el escenario era su lugar en el mundo. A ¡HOLA! Argentina ella se lo cuenta así: “El lugar estaba repleto: había gran cantidad de músicos, desde mi abuelo, el cantante y compositor Edmundo “Muni” Rivero, quien al igual que otros nombres vinculados al mundo del tango participó como invitado. Estaba Fabiana Cantilo, y había funcionarios del Gobierno y vecinos del barrio: después del festival, le pusieron a la plazoleta el nombre de mi bisabuelo, Edmundo Rivero, que había nacido en Valentín Alsina en 1911, pero había pasado su infancia en Saavedra. Me acuerdo de que el frío que tenía en las manos desapareció no bien subí al escenario y me puse a cantar. ‘De acá no quiero bajarme más’, pensé en ese momento”.
Y eso pasó: desde esa noche de 2013 hasta hoy, con todo el ADN artístico en sus venas, Carmela viene conquistando a todos: no sólo con la música que compone, las canciones que toca con Seda, el grupo de música al que pertenece, sino también en el teatro y en el cine: el 26 de marzo, se es – trenará Atrapados, una serie producida para Netflix en la que trabaja junto con Soledad Villamil, Juan Minujín, Fernán Mirás y Mike Amigorena, entre otros. Afuera llueve a mares y Carmela está sentada en el futón del departamento de Congreso que comparte con su no – vio, el psicólogo y actor Joaquín Álvarez de Toledo. Heredó, por un lado, el pelo entre rojizo y medio rubión de su bisabuelo Edmundo, cuyos antepasados vinieron a la Argentina desde Inglaterra; y por el otro, los rulos de la familia de su madre, la reconocida actriz y docente Natalia Grinberg. “Soy una mezcla de esos dos mundos. Tengo algo de la energía vital de Pelu, mi papá; y la simpatía y la gestualidad de mi mamá”, dirá ella, que vivió los dos primeros años de su vida en Estados Unidos, donde sus padres se habían radicado.
–¿Siempre supiste que lo tuyo sería la música?
–Por años, pensé que sí. Ser artista o ser música estaba flotando en el aire. Creo que, de chica, quise ser todo: cantante, actriz, bailarina… Estudié música y piano desde muy chica, al igual que mi bisabuelo Edmundo, que estudió guitarra y canto en el Conservatorio. No conocí a mi bisabuelo: murió en 1986 y yo nací en 2004, pero todos en la familia sabemos que fue un artista con una gran formación por detrás: inculcó eso a sus hijos. La casa de mi abuelo Muni, en San Fernando, estaba llena de instrumentos: guitarras, tambores… Él fue quien me mostró lo que era el tango desde que yo era chiquita: me alzaba y, mientras yo me aferraba a su dedo pulgar, me hacía bailar. Sé los pasos del tango gracias a mi abuelo, quien, con los años se convirtió un poco en el gran difusor de la obra de Edmundo, su padre y mi bisabuelo.
–Creciste con todo ese legado…
–Mi abuelo Muni también estaba atravesado por anécdotas sobre tangos, milongas y lunfardo, que tenían como protagonistas a Roberto Goyeneche, Carlos Gardel, Aníbal Troilo, Julio De Caro, Nelly Omar, Horacio Salgán o Jorge Luis Borges. Guardaba en su casa álbumes de fotos increíbles, cuadernos con canciones, sus apuntes de lunfardo, guitarras que eran reliquias, firmadas por próceres del tango. Junto con mi bisabuelo, llevaron adelante El Viejo Almacén, el icónico lugar de San Telmo. Mi abuelo era muy especial; se dedicó a difundir la obra de su padre Edmundo, a homenajearlo: eran muy parecidos. Mi bisabuelo Edmundo tenía una voz tan particular como su fisonomía: era altísimo, tenía las manos grandes y con una voz distinta a la que se imponía en ese momento. Era muy talentoso y dedicado al oficio: como muchos artistas, vivía un poco a contramano porque trabajaba mucho de noche y de día dormía. Fue perseverante y logró el éxito de grande. Muchas cosas materiales que mi abuelo Muni guardaba con celo de su padre, mi bisabuelo, se perdieron con su muerte, en 2022. Sin embargo, lo que una lleva en la sangre no se pierde.
–¿Sacaste ventaja alguna vez de tener el apellido Rivero?
–¡No! Sólo tengo el honor de portarlo: lamentablemente, sólo la gente mayor sabe quiénes fueron mi bisabuelo o mi abuelo. Hay una brecha generacional que cambió las cosas: nadie habla de tango, pero sí de reguetón. Ojo: no es que yo me sepa todos los tangos. Pero es como si, de alguna manera, los tuviera a todos en mi cabeza.
–¿Cómo desembarcaste en la actuación?
-Así como la música venía del lado de mi papá, todo lo relacionado con el teatro vino del lado de mi mamá, que es muy histriónica. Crecí viéndola en los escenarios, acompañándola en cada una de las obras de teatro que montaba. La casa de Tigre donde vivíamos era el lugar más mágico del mundo: estaba llena de maquillajes, narices de payaso, trajes por todos lados. Era puro juego. Fue mi mamá quien me sugirió que me anotara para hacer la carrera de Artes Dramáticas [en la UNA]. Me falta poco para recibirme, pero el año pasado no pude cursar tanto porque estuve filmando mucho.
–Atrapados, la serie de Netflix (es una adaptación de una obra de Harlan Coben), es un gran salto. ¡Tu bisabuelo Edmundo también hizo cine!
–Sí, fue mi experiencia audiovisual más grande [Carmela participó de El sueño de Emma, un film independiente con gran éxito a nivel internacional]. ¡La actuación es algo reciente en mi vida! Vivo este momento con ilusión y, al mismo tiempo, con los pies sobre la tierra. Para mí, es un escalón que me permite hacer lo que sé hacer y lo que me gusta. Con la actuación, descubrí la misma sensación intransferible que cuando me subo a un escenario a cantar: es lo más parecido a la libertad. A veces, pienso que tuve mucha suerte; pero también sé que trabajé muchísimo, formándome tanto como machacaba mi bisabuelo Edmundo: él siempre apostó por lo que creía, según me contaban mi papá y mi abuelo Muni. Sin haberlo conocido, siento que tengo cosas de él, como lo metódico. Mi bisabuelo era como un monje: se levantaba y vocalizaba una hora, no tomaba alcohol y llevaba siempre en el saco un té de manzanilla. Me enloqueció haber descubierto que le encantaba la cultura japonesa: ¡yo lo ignoraba: a mí me encanta todo lo japonés!
–¿Te imaginás cantando tangos?
–Cuando era chica, solía preguntarle a mi abuelo Muni dónde podía estudiar tango. Y él insistía con que era algo para hacer más adelante, en otro momento de mi vida. Sin embargo, siento que ese momento está muy cerca. Cuando compongo mis propias canciones [hay varias milongas de Carmela publicadas en YouTube], me doy cuenta de que hay algo vinculado a la dicción, a la interpretación y al lunfardo que vienen de lejos en mis letras. Siento que esa herencia, que es muy íntima y que estoy aprendiendo a valorar ahora, está empeñándose en encontrarme. Y tengo la premonición de que, tarde o temprano, lo que yo hago se va a empalmar con ese camino que hizo mi bisabuelo y que mi abuelo y mi padre recorrieron también.
Producción: Paola Reyes
Maquillaje y peinado: Joaquina Espínola @joaquinamakeupartist
Agradecemos a @laspepasinst y a @pololazapatos
Seguí leyendo
Conforme a los criterios de