La presidente mexicana Claudia Sheinbaum rompió las relaciones con Ecuador y condicionó su restablecimiento a la salida del presidente Daniel Noboa. Esta decisión llegó tras la intervención policial en la embajada mexicana en Quito, donde fue detenido el exvicepresidente Jorge Glas.
Lejos de una resolución diplomática, Sheinbaum transformó un desacuerdo bilateral en una cruzada ideológica. La mandataria ha seguido la línea de su antecesor Andrés Manuel López Obrador, pero ahora la ha endurecido, exigiendo afinidad ideológica para mantener relaciones con otros países.
La presidenta socialista justificó su decisión alegando una “violación a la soberanía” mexicana. Sin embargo, ignoró el hecho de que Glas tenía condenas por corrupción, lo que convierte su asilo en un gesto político más que humanitario. Esta postura deja en evidencia que, para el gobierno mexicano, los perseguidos políticos solo valen si son de su bando.
Al mismo tiempo que México acude a tribunales internacionales, usa el rompimiento diplomático como un castigo político. Lo que debería ser un canal de diálogo se convierte en una herramienta de presión ideológica. La diplomacia se diluye entre caprichos ideológicos y favoritismos partidarios.
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Desde Ecuador, la percepción es clara: México actúa con arbitrariedad, utilizando su política exterior para reforzar su alineación con el bloque socialista latinoamericano. Este comportamiento, más que proteger intereses nacionales, refuerza una narrativa de confrontación estéril.
La llamada “4T” convirtió la política exterior mexicana en una extensión del discurso interno. En lugar de promover el diálogo, el entendimiento y la resolución de conflictos, Sheinbaum ha optado por el aislamiento frente a gobiernos que no comparten su línea ideológica.
Mientras varios países de la región buscan reconstruir puentes con Ecuador tras el incidente, México se autoexcluye bajo el pretexto de la dignidad. Sin embargo, lo que parece un acto de soberanía es en realidad una negativa a aceptar las reglas de la diplomacia internacional.
La actitud del gobierno mexicano contrasta con la madurez política que requieren las relaciones bilaterales. El uso ideológico de embajadas, asilos y rupturas diplomáticas debilita la credibilidad de México y proyecta una imagen de intolerancia. Este tipo de decisiones no se limita al plano bilateral. El bloqueo a Ecuador envía un mensaje peligroso para la región: si no compartes la ideología del bloque socialista, no hay diálogo posible. Así, se institucionaliza una diplomacia excluyente, donde los intereses nacionales quedan supeditados a posturas ideológicas.
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La región necesita puentes, no trincheras. Y cada vez que un país cierra su embajada o rompe relaciones por diferencias ideológicas, pierde relevancia en el tablero internacional. México, bajo Sheinbaum, se está alejando de su papel histórico como articulador regional.
Mientras tanto, Ecuador ha mantenido una postura firme y legalista. La captura de Jorge Glas no fue un capricho, sino una acción avalada por la justicia ecuatoriana. Condicionar relaciones a la salida de un presidente democráticamente electo es un precedente peligroso.
La ruptura diplomática impuesta por Sheinbaum es una muestra de cómo la izquierda latinoamericana prefiere el dogma sobre el diálogo. Y mientras esto continúe, México seguirá perdiendo voz e influencia en América Latina.
La decisión del gobierno de Sheinbaum evidencia cómo el socialismo latinoamericano prioriza la ideología sobre el interés nacional. Ecuador, en cambio, defendió el Estado de derecho ante la presión externa, fortaleciendo su imagen como un país soberano y coherente.